Hermandad, Cofradía, Semana Santa. Fe

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Hermandad, Cofradía, Semana Santa. Fe
Enrique De Santiago
Enrique De Santiago
Lectura estimada: 3 min.

Es medianoche, la oscuridad es absoluta. La temperatura es agradable, los olores se mezclan: el del incieso, la cera, los arboles generan una sensación envolvente que se introduce por la pituitaria para llegar al alma de los que nos movemos por la zona.

En las calles circundantes, se arremolina la gente en un bullizo ruidoso, que corretea de un lado a otro, hasta llegar a la plaz en la que se encuentra el portón de la iglesia por la que saldrá la procesión. Una vez allí, el silencio se apodera del lugar; donde la mirada se centra en esa puerta y en la oración que cada uno mantiene en su corazón.

Escalofriante el silencio: los olores, la temperatura, el gentío que allí se encuentra, se rompe todo ello con al ruido cansado de unas añejas puertas de tamaño singular: Por ellas aparece la figura de una persona delgada y alta, cubierta con una túnica negra, un capirote largo y puntiguado como ningún otro, con un cinturo de cuerdas ceñido a la cintura y portanto una gran cruz, que utiliza de bastón. Tras él, otros hermanos, vestidos igual, portan grandes cirios que sostienen si apoyar en el cuerpo, dejando gotenar la cera en un silencio absoluto mientras inician su salida a lo largo de la plaza.

Al cabo de un rato, se observa como se acerca al portón un Cristo crucificado que supera el dintel claramente, sobre un monte de rosas rojas, un cuarteto de portavelas y un pesado trono: sobrió, sencillo y con faldones negros. Al llegar a la pueta, sólo se escucha una campana que sirve de señal para que los costaleros que portan la imagen comiencen un descendimiento hasta arrodillarse; de este modo,  la cúspide de la cruz queda un centímetro por debajo del dintel. Para poder pasar, los costaleros, aún de rodillas, deben de abajar mas, apoyando su trasero en los talones, de forma que el trono rebajase su altura lo suficiente para poder superar el humbral. En esa postura, inicial el movimiento.

No se escucha absolutamente nada, y sólo el suave siseo del movimiento de los costaleros rompe el momento. Cuando la imagen ha salido del templo complentamentem suena nuevamente la campana: entonces comienza un un lento, doloroso, difícil, pero cuidadoso y cariñoso modo de alzar el Cristo, evitando movientos bruscos, acariciando la imagen con el mismo cariño de una madre que consuela a su hijo en el dolor.

Los asistentes sentimos como se nos hiela la sangre, cómo el rezo se convierte en el único ruido interior que sentimos y nos transforma en una multitud silente, orante, unida a Cristo cruzificado que dío la vida por todos y cada uno de nosotros, creamos o no, sintamos su amor o vivamos en la frialdad del mundo.

La penitencia de los cofrades se desarrolla por toda la ciudad, por un tiempo mínimo de 6 horas de oración, sufrimiento, silencio y sentimientos que se transmiten a lo largo del transcurrir del proceso. No existen tambores, no hay cornetas, sólo el ruido de las cruces rozando el suelo, las cadenas que algunos penitentes soportan en sus tobillos desnudos… sólo queda la fe, el sentimiento y el amor; ese amor que el Cruzificado transmite al que lo observa por las calles por las que procesiona.

En un momento en que la fe, la religión está en retroceso, las cofradías, los autos sacramentales sirven de unión, de acercamiento, de sentimiento y de contacto con la fe de miles, millones de personas, que aun cuando fuere solo en Semana Santa, se acercan a ese Jesús del madero. Por ello resulta incomprensible que algunos obispos, parte del clero y de la institución eclasial no potencien estos actos, sino que en cosasiones los desdeñan o incluso impiden su desarrollo.

Si algo bueno tiene la penitencia de las cofradías y hermandades, es la unión de las personas, el sentimiento compartido de la fe y la confraternidad en Cristo.

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