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'Insultos de otro tiempo', la curiosa exposición que desvela las lindezas de los siglos XVI y XVII
La exposición da testimonio de más de 600 insultos diferentes y refleja que las creativas expresiones contrastan con la simpleza de los insultos actuales
Cuentan las crónicas que en 1550, cuando el nuncio de la calleja de San Francisco de Pamplona pidió a un vecino que recogiese la basura de la calle, éste le respondió airadamente que los regidores de la ciudad eran más adecuados para "porcarizos" y le pidió que le "besasen el culo".
Es una de las muchas anécdotas recogidas en los documentos históricos que se muestran, en el Archivo Real y General de Navarra, en la exposición 'Insultos de otro tiempo', en la que, entre otras lindezas de los siglos XVI y XVII, figuran improperios como hocico de cepa, tranca del infierno, boca de esportizo y pantierno, relata EFE.
El Archivo de Navarra alberga entre sus fondos, desde 1500 a 1836, más de 9.000 documentos de pleitos que tienen la injuria como protagonista, algo que era muy habitual en aquella sociedad tensionada por las guerras, las penurias económicas y la política local, y en la que tenían especial importancia conceptos como la limpieza de sangre, la lealtad religiosa o la moral.
Más de 600 insultos de antaño
Así, se muestra, entre muchos otros, un documento de 1671 de un proceso por una riña de dos mujeres en Estella, en la que una le espetó a la otra: "Anda, puercaza, pijacamas, que te he sacado los gusanos de la cama".
O aquel de 1551 que relata cómo, en una disputa por una sepultura en la iglesia de Lizásoain, una vecina, en presencia de todo el pueblo, dijo a un matrimonio que eran "unos bellacos, traidores, borrachos, puercos, villanos, campixes y de mala casta".
La exposición da testimonio de más de 600 insultos diferentes, unos propios de varones, como cornudo, infame, pícaro, perro, villano, ruin, traidor o ladrón; otros dirigidos a mujeres, como puta, vieja, mala mujer, alcahueta, bruja o sucia; y otros comunes a ambos sexos, como bellaco/a o desvergonzado/a.
En el estudio de la documentación que se guarda en el Archivo, hay un insulto que solo aparece una vez: rascamulas, ha explicado Jesús Mari Usunáriz, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Navarra. El insulto fue dirigido por un mozo o campesino a un hidalgo, que "se sintió completamente humillado ante la comunidad y por tanto lo llevó a juicio", ha explicado.
Insultos más creativos que los actuales
La imaginación del pueblo a la hora de insultarse no tenía límites y eran habituales las secuencias encadenadas, algunas tan estrambóticas como "badajón con panza malsonada", "boca de esportizos", "mozo de cuerda" o "mujer cobarde y falsa".
Son expresiones muy creativas que contrastan con la simpleza de los insultos actuales. Un estudio del que se da cuenta en la exposición revela que los insultos más frecuentes en la España del siglo XXI son gilipollas, imbécil, cabrón, idiota e hijoputa.
Muchos injuriados de los siglos XVI y XVII tuvieron que soportar que se pusiera en cuestión su proceder público con insultos como perjuro, falsario y matador; que eran sospechosos de conductas inadecuadas (borracho, bellaco, amancebado, cantonera, rufián y parlera); o que descuidaban su higiene (puerco, merdoso, lechón o cochino).
La comunicación no verbal
Entonces, como ahora, ha señalado Cristina Tabernero, catedrática de Lengua Española de la Universidad de Navarra, los insultos no estaban exentos de sexismo. Así, las mujeres recibían normalmente insultos que tenían que ver una conducta sexual que en ese momento se consideraba deshonesta, mientras que el hombre recibía ofensas relacionadas generalmente con un comportamiento social deshonesto, pero no del ámbito sexual.
Tampoco escaseaba hace siglos la comunicación no verbal de lo más soez, como la 'higa', parecida a la actual peineta, poner un dedo en la frente a manera de desafío, o hacer el signo de los cuernos para burlarse del marido engañado. Era humillante para el hombre que le tirasen de la barba y, para una mujer, que le quitaran la toca.
Aunque el delito de injuria no estaba muy bien definido en las leyes de la época, los injuriados solían acudir a los tribunales para defender su honor y su imagen, presentándose como personas "de buena vida, trato y costumbres".
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