Alfonso de Meneses mandó construir este edificio en el siglo XIV cuya torre del homenaje fue desmochada para construir la dársena de Medina de Rioseco
Soy el castillo de Montealegre de Campos.
Desde mi balcón privilegiado en los Montes de Torozos domino la inmensidad de la Tierra de Campos. Y si el día lo permite, en el horizonte, se adivinan las agujas de Picos de Europa.
Soy invencible, sí. Todos los ataques que recibí fueron repelidos. Jamás nadie osó conquistarme, ni atravesó mis infranqueables muros sin consentimiento. Siempre defendí a mis moradores de cuantas embestidas fueron menester.
Aunque hay varias teorías sobre la fecha de mi construcción, es más que probable que mis orígenes se remonten a los últimos años de siglo XIII o los primeros del siglo XIV, en la época de Alfonso de Meneses, señor de Montealegre. Mi historia se escribe en el contexto de la guerra civil castellana entre Pedro I El Cruel y su hermanastro Enrique II de Castilla. Periodo en el que Montealegre pertenece al señorío de los Alburquerque. Entonces, Isabel de Meneses, mujer de Juan Alonso de Alburquerque, me defendió estoicamente frente a las huestes del monarca apodado el cruel.
Avatares del destino, y por la suerte de los linajes, más tarde pertenecí al Condado de Feria y al marquesado de Montealegre, este último concedido por Felipe IV. De hecho, el escudo que adorna mi entrada fue colocado por el tercer marqués, Martín de Guzmán, ya en el siglo XVII.
Mi azarosa historia ha tenido capítulos más que relevantes. Durante la Guerra de las Comunidades, los Comuneros hicieron de mí un seguro refugio. Mis muros de cuatro metros de espesor resistieron los ataques realistas.
Tengo planta cuadrangular. Las fuertes torres en las esquinas o los cubos cilíndricos en el centro de los paños, aumentan la sensación de robustez. En uno de los ángulos surge mi curiosa torre del homenaje, de gran hechura y forma pentagonal, a la que se puede acceder desde mi patio de armas, merced a una puerta con ornamento gótico.
Mi apariencia original era aún mucho más imponente. La altura de mi torre doblaba la de la actual, llegando a 40 metros. Pero una decisión salomónica cercenó mi gallardía. A finales del siglo XVIII vendieron mis piedras para construir el Canal de Castilla, a muy poquitos kilómetros de mi morada. De hecho, a buen seguro que muchos de los sillares de la dársena de Medina de Rioseco, un día me pertenecieron. También desparecieron una muralla defensiva, foso y puente levadizo, elementos imprescindibles para mi protección; además de muchas de las dependencias que se articulaban en torno a mi patio.
Pero sigo en pie... afortunadamente. A principios del siglo XX, los empresarios Lucinio del Corral y Florencio Alonso me compraron a la condesa de Añover de Tormes con un fin un tanto discutible: Vender mi piedra al Estado para el trazado del ferrocarril. Menos mal que todo quedo en buen susto.
Tras la Guerra Civil, el SEMPA me convirtió en silo para almacenar cereal y en pleno siglo XXI he resurgido para el turismo y la cultura.
En mi interior se celebran conciertos musicales, también bailes y otras actividades durante las fiestas de nuestro patrón, San Pedro. Y la Junta de Castilla y León, antes de su cesión al Ayuntamiento del municipio, me ha reconvertido en un interesante centro de interpretación. "Tener un castillo como este en nuestra localidad es un tesoro. Desde hace 25 años es visitable y ahora tenemos un proyecto de rehabilitar las paneras del patio de armas para sala de exposiciones y actividades culturales". Es lo que dice mi alcalde, Alfredo Martín.
Si me visitas podrás conocer mi historia, disfrutar de mis encantos, descubrir mis secretos y ascender al adarve por una pétrea y estrecha escalera de caracol que tiene como recompensa unas vistas eternas, alimento espiritual para el alma.
Ya lo escribió Jorge Guillén:
El castillo divisa la llanura,
Tierra de Campos infinitamente.
Todo en desnudez así perdura:
Elemental planeta frente a frente
Soy el castillo de Montealegre de Campos.
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