El ministro de Transportes defiende que la partida para "armamento puro y duro" en el plan del Gobierno es "muy pequeñita"
La corte de los milagros
La opinión de Diego Jalón, como cada viernes, en TRIBUNA
Esta semana, que empezó con el milagro de la resurrección, que celebramos como todos los años el domingo, nos ha ofrecido una interminable sucesión de prodigios. Quizá el primer milagro, más bien el segundo después del triunfo de Jesús sobre la muerte y el pecado para ofrecernos la esperanza de la vida eterna, ha sido el de comprobar cómo Bolaños nos explicaba, de riguroso luto, que el Papa era en realidad "uno de los nuestros", un GoodFellas que diría Scorsese. "Un hombre bueno y un gran Papa. Un Papa que se ha caracterizado por su lucha contra la desigualdad, las injusticias, su combate contra el cambio climático y su preocupación por todos los que están en las periferias".
Vamos que la muerte del Papa ha obrado el milagro de mostrarnos a un Bolaños alabando al sucesor de Pedro y de los Borgia, este Francisco que un día dijo que "una persona que piensa en construir muros, cualquier muro, y no en construir puentes, no es un cristiano". Tal vez por eso el otro Pedro, nuestro Sánchez, no haya querido acudir al funeral en Roma. Aunque también hay quién insinúa que no le parecía bien sentarse algunas filas por detrás del Rey. O incluso que no soporta no ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Incluso en vida, obró Francisco el milagro de convertir a Yolanda, ya saben la de "el comunismo es la democracia y la igualdad".
La lectora empedernida de Karl, el más aburrido de los Marx, que definió la religión como "el opio del pueblo", la afiliada a ese Partido Comunista que quemaba iglesias y conventos con los curas y las mojas dentro, nos dice ahora que el Papa, "me ayudó a tomar decisiones en mi vida" y asegura que está "muy socializada y muy vinculada a la doctrina social de la Iglesia". Porque realmente lo que ha conseguido Francisco al morir parece también un milagro. Tal vez por su cuidada ambigüedad, ha logrado una unanimidad póstuma difícil de creer. Hasta Milei, que le llamó imbécil, acabó rendido a sus encantos y estará en los funerales. Todos elogian su figura y lamentan profundamente su muerte: Putin y Zelenski, Yolanda y Abascal, Sánchez y Feijóo, Xi Jing Ping y Trump, Macron y Le Pen e incluso dictadores tan variopintos como Maduro o Erdogan.
Pero no ha sido sólo Bergoglio el que ha obrado milagros esta semana. En esto, como en todo, Sánchez no ha querido ser menos. Y la verdad es que también nos ha dejado asombrados. Ha sido capaz, como ya hiciera Jesucristo, de multiplicar los panes y los peces e incluso de convertir el agua en vino. Resulta que, según nos ha explicado, es posible aumentar el gasto militar en más de 10.000 millones de euros sin subir los impuestos ni la deuda, sin reducir ningún gasto social de eso que llaman el estado del bienestar, sin modificar los presupuestos y, por supuesto, sin pasar por el Parlamento, que ninguna falta hace.
Así que manos a la obra. Y, según nos cuenta el presidente, para este año se utilizará un remanente de 1.300 millones de euros de fondos europeos Next Generation, que estaban concebidos para las ayudas después de la pandemia, pero que por lo visto valen igual para un roto que para un descosido. A ver qué opinan en Bruselas. Tirará también de lo que Sánchez llama "ahorros generados". Y no me digan que no resulta por lo menos curioso que en un país con una deuda de 1.620.602 millones de euros su presidente se permita decir que tiene por ahí unos ahorrillos guardados y que gastarlos no va a aumentar la deuda. Y luego pues el resto lo va a desviar a base de reasignar partidas presupuestarias sin ejecutar de 2023, esto ya sin mayor concreción. Igual eran dineros previstos para viajes a los que Sánchez renunció o para alguna mariscada en Doñana que al final no se celebró.
Hay que tener en cuenta que esto no es un compromiso de gasto sólo para este año, sino que habrá que gastarlo también el que viene y los siguientes. Pero para eso, ya Dios proveerá si Sánchez no es capaz de hacerlo. Dicen en Moncloa que "las buenas perspectivas económicas del país permitirán tener la holgura presupuestaria necesaria para llegar a esta meta de inversión hasta 2029". Aunque tal vez no tengan en cuenta que, si el PIB sigue creciendo, cosa en la que el Gobierno confía pese a todo esto de Trump, los aranceles y las guerras comerciales, crecerá proporcionalmente la cantidad a destinar para alcanzar ese dos por ciento. Y que, además, esto del dos por ciento es sólo el principio, porque Europa y la OTAN ya están pidiendo subir hasta el tres o el cuatro. Pero eso serán problemas de mañana y bastante tiene el presidente con ir resolviendo los de hoy, que no son pocos.
Lo del gasto de 10.000 millones parecía haber colado incluso en Sumar, tan partidarios ellos de la paz mundial. Pero lo que parece haberles enfurecido son esos seis millones de euros para comprar balas a una empresa israelí, aunque hace unos meses Pilar Alegría con su habitual desparpajo nos aseguró que ese contrato se había rescindido. Yolanda, que además de comunista, cristiana y socializada es partidaria de erradicar a Israel de la faz de la tierra, "desde el río hasta el mar", se hace ahora la ofendidita, igual que Urtasun o Sira Rego. Pero no creo yo que la cosa vaya mucho más allá.
Porque el otro gran milagro de Sánchez, que no es ya de esta semana, sino que lo lleva obrando desde hace varios años, es el de haber conseguido que todos sus aliados, desde Yolanda hasta Aitor, pasando por Otegui, Junqueras o Puigdemont, hayan hecho voto de silencio, como si fueran monjes trapenses, y se callen como visitadoras de Ábalos ante cualquier fechoría del puto amo. En esta nueva corte de los milagros, organizada como la del París premoderno del siglo XVII, "refugio habitual de todos esos desgraciados sombríos, sucios, fangosos y tortuosos, con sus enfermedades pretendidas y su contaminación criminal", que decía Víctor Hugo, "una sociedad dedicada al crimen y al robo con su propia jerarquía e instituciones", nadie alza la voz.
Pisos, chalés, sobrinas y más sobrinas, contratos ficticios en empresas públicas o para músicos hermanos en las diputaciones, negocios privados en La Moncloa, rescates de aerolíneas, cátedras y softwares gratis, traficantes de influencias, fiscales eliminando pruebas... Veremos si acaban o no en condenas, aunque la cosa cada día pinta peor. Pero no me digan que no resulta milagroso el silencio atronador de todos estos para los que antes su estricta moral era cuestión de fe y nos abochornaban con sus exhibiciones de dignidad sobreactuada.
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