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Por Andrés Miguel

En defensa de la hostelería


La gente está muriendo y nuestro Gobierno lleva un año enredado con la ideología, haciendo una evidente, lastimosa, desvergonzada dejación de funciones y demostrando una patente aversión a la Democracia, parapetado detrás de un estado de alarma, ¡de seis meses de duración!, para no rendir una sola cuenta ante el Parlamento, esto es, para no dar explicación alguna ante todos los ciudadanos; pocas cosas hay menos democráticas que ésta.

 

Así ocultan los verdaderos datos de la pandemia, disfrazan la extrema crisis económica en que vivimos (somos el país del mundo desarrollado cuya economía más ha perdido durante 2.020), encubren el negro futuro que nos espera (desempleo desmesurado, incremento enorme del número de familias en ratios de pobreza, deuda pública como nunca antes…) y se pasan el día lanzando salvas de artificio para distraernos de la pura realidad.

 

A falta de verdaderos expertos en la gestión de pandemias, por más que digan que los tienen, las medidas que se están tomando para frenar la pandemia son un puzle imposible de encajar. Si de veras hubiera expertos tras el trabajo del Gobierno, no habría 17 administraciones distintas intentando tapar esta gotera con papeles de periódico. El sindiós de los toques de queda sería una película de los Hermanos Marx si no fuera porque está muriendo gente.

 

Ahora, eso sí, lo que se les ha ocurrido a todos, la medida a la que todos acuden, la que va a solucionar nuestros problemas, es la de cerrar los bares y los restaurantes.

 

La hostelería lleva cerrada, total o parcialmente casi un año y ya vamos por la tercera ola. Hace unos días, una ministra del Gobierno decía que el 80% de los contagios que se estaban produciendo procedían del ámbito familiar y, en otra demostración de la coordinación extraordinaria, 24 horas más tarde, F. Simón decía que había que cerrar de nuevo la hostelería.

 

Sinceramente, creo que nos hemos olvidado del bien que hacen, para la salud de todos, los bares y restaurantes, sancta sanctorum de la interacción humana, tan necesaria para el bienestar como el ejercicio físico, la buena alimentación y otros hábitos saludables. Yo no soy un tipo muy social, lo reconozco, pero disfrutar de estos centros de socialización se convierte, a veces, en la diferencia entre disfrutar de una vida más alegre que triste, más saludable que achacosa. Nuestros mayores lo saben bien. No veo la ventaja en despreciar la aportación que cafeterías, bares y restaurantes, en el barrio o en el pueblo, hacen a la salud pública.

 

Los hosteleros, los que han podido aguantar hasta ahora, han hecho un ejercicio extremo de adaptación a las circunstancias. Sin ayudas prácticamente. Han acogido, obedientes, todas las ordenanzas de higiene y salud que les han ido vomitando, de manera epiléptica, desde un montón de instancias distintas, llenando sus locales de geles hidroalcohólicos, incorporando sistemas de ventilación más potentes, filtros HEPA, mono-dosis de casi todo, códigos QR para ver la carta, etc, etc… Nuestros políticos y sus expertos invisibles cierran los bares, pero amontonan como ovejas a la gente en el metro, manda huevos.

 

En los bares y restaurantes puede darse un contagio, sí, como en los centros de trabajo, las aulas escolares, los autobuses, el metro, el supermercado, el Congreso de los Diputados… pero desconozco si se ha probado que haya un mayor riesgo; yo no lo afirmaría.

 

Gran parte de nuestra vida se ha desarrollado en los bares, en los restaurantes. Nos hemos hecho mayores en ellos, hemos amado, reído, roto, llorado, nos hemos divertido, hemos escuchado confidencias, nos hemos abierto a otros, hemos descansado, olvidado penas, celebrado alegrías… 

 

Hoy, quienes creen que gobernar es una especie de Juego de Tronos, la han tomado con la hostelería. Mañana lo harán con el comercio, pasado con quién otros…

 

Me pregunto si, alguna vez, la tomaremos nosotros con ellos y los pondremos en la calle.