En alguna ocasión la vida nos hace parar el ritmo con una enfermedad, una operación o una recuperación.
Esta parada suele venir de la mano de alguna lección que la vida nos quiere presentar, vivir más despacio, aprender a tener paciencia, humildad o agradecimiento por la salud cuando la teníamos y por los que nos acompañan en los momentos duros.
Y ¿qué hacemos, pensamos y sentimos cuando estamos enfermos?
El principal sentimiento es el miedo. Miedo que podría apaciguarse con información, empatía y vínculo.
El miedo desencadena pensamientos y dudas: ¿Me va a doler?, ¿va a durar mucho?, ¿será algo malo? ,¿me curaré?, ¿volveré a poder hacer lo de antes?, ¿podré llevar una vida normal?, ¿cómo afectará a mi familia? ,¿cuál será la evolución a partir de ahora?, ¿este dolor es normal? ,¿tengo que soportarlo? ,¿tengo que ir a urgencias?... Todo son incógnitas para las que no tenemos respuestas.
A veces son los pensamientos los que desencadena el miedo. Este miedo proviene en ocasiones de información que hemos escuchado, de ver enfermar a los demás, de frases que hemos oído, o de la falta de información.
Una emoción se equilibra con otra emoción. La emoción antagonista del miedo es el amor.
¿Cómo podríamos ayudar a superar este miedo? Mimando todo el entorno médico que rodea al paciente, considerándolo de una manera integral, teniendo en cuenta sus conocimientos, sentimientos y necesidades.
Podríamos cuidar físicamente el ambiente, en lugar de llenar las salas de los hospitales de carteles de qué hacer ante enfermedades, o de salas frías, y en su lugar poner posters con imágenes y frases positivas, donde pueda descansar la vista.
Sobre la relación sanitario-paciente, es importante que sea afable. Entiendo que el paciente por falta de educación en unos casos o por sus propias emociones no ayuda a ello. El paciente debe tener información y hay que dársela, eligiendo cuánta, cómo y cuándo, desde una posición empática. Como si fuera de nuestra familia.
Una relación que tenga en cuenta “las tres or”: humor, amor, y dolo. Que ofrezca la tranquilidad de que esto pasará, que sienta compañía y comprensión sana sobre el dolor. A veces es necesario intentar sacar una sonrisa que haga la situación más llevadera. Y finalmente tacto, mucho tacto y si se puede, contacto.
Es curioso, que muchas veces se dan varios folios para firmar antes de una intervención quirúrgica, informando de montones de hipotéticos riesgos, pero que luego no se ofrezca información básica de cómo va a evolucionar la enfermedad, de lo que es normal y de lo que no lo es. ¿No se podría facilitar información fiable, fácil de entender y profesional para contrarrestar la que se busca en internet? Esta información por escrito es imprescindible cuando se trata de personas mayores, que se quedan totalmente bloqueadas en el médico y no entienden ninguna de las indicaciones y prescripciones sugeridas.
Además de miedo se siente rabia, rabia de depender para moverte, para ir al servicio, por la impotencia de la limitación. Por la lentitud de la recuperación. La rabia hay que entenderla y expresarla de manera saludable.
Se trata de humanizar como dice el Dr. Gabriel Heras de la HUCI (Sí con H, Humanización de las Unidades de Cuidados Intensivos) . Si una persona está esperando por ejemplo cuatro horas a que su familiar salga de un quirófano, se le puede informar cada dos horas para tranquilizarle, o al menos, si pide información, ser amable y comprensible con ello. Ya nos decía Hipócrates que es más importante conocer a la persona que tiene la enfermedad que a la enfermedad que tiene la persona.
Cuando se va a realizar una cura dolorosa, es importante ayudar con técnicas de respiración, avisar del tiempo que es previsible que dure el dolor, o al menos sentir empatía por el paciente. Hace poco cuando me quitaron un drenaje, la persona que lo hizo, me comentó: “Vas a sentir esto, vamos eso creo, porque yo nunca he pasado por ello”. Suelo decir que para ser buen maestro ayuda haber sido mal estudiante, y añadiría que, para ser buen sanitario, sería bueno haber pasado por varias enfermedades, intervenciones y curas, que ayuden a entender las necesidades que se tienen en esos momentos.
¿Que podríamos hacerlos pacientes? Debemos combatir la enfermedad junto con el médico. Un trabajo conjunto en el que cada uno haga su parte. Desde el lugar del paciente, necesitamos usar la relajación, las técnicas de respiración. Los días previos a una intervención o tratamiento duro, obligarnos a ver imágenes positivas, comedias, leer libros positivos. Si tenemos miedos, compartirlos con gente de confianza y, ya para medalla, compartirlos con los sanitarios o algún psicólogo. Tenemos que usar de manera inteligente la música, pues puede servir para levantarnos el ánimo. Es muy importante el pensamiento, y todo lo que metemos en la mente. Nos dice Javier Urra, las conductas son el envoltorio de las ideas. Las ideas que tengamos nos guiarán en los sentimientos.
Es importante soñar, pensar positivamente en el mañana, tener proyectos, una razón para sanar. Dicen que soñar es unir en el cerebro el alma y el corazón. ¡Unámoslo pues! Nos indica Marian Rojas, “La actitud es un factor clave en la salud. Una actitud adecuada puede ser la medicina natural más poderosa a nuestro alcance. Los datos clínicos manifiestan que los sentimientos positivos y el apoyo emocional de personas cercanas ponen un poder curativo incuestionable”. El modo en que pensamos y sentimos condiciona nuestra calidad y cantidad de vida.
Nuevamente Hipócrates nos decía: La fuerza natural dentro de cada uno de nosotros es el mayor sanador de todos. El pensamiento y las emociones tiene una relación muy directa con la salud. Y sí, La oración tiene su espacio, pero al invocar a los dioses, nosotros deberíamos echar una mano. Y pensar que esto también pasará.
No ayuda el,… “tranquilo que no pasa nada” o “anímate”, o “no es para tanto”. Esto es una falta de conexión emocional. Nunca nadie se ha calmado por decirle cálmate. Ayuda más decir, “es normal que sientas eso”, “¿te puedo ayudar en algo?” o “voy a intentar que sea lo más fácil posible”.
No nos llevamos muy bien con la incertidumbre, y cuando algo se sale del guion nos perturba. ¡Ah! Y lo de “estar bien” habría que matizarlo, pues a veces no se puede estar bien, bien. Se trata de una aceptación emocional y física, algo así como colaborar con lo inevitable. De tener cierta paz dentro del malestar. De no pedirle a la vida más de lo que nos puede dar. Nos dice Javier Urra, que a quien la vida le basta, no carece de nada.
Y aprendiendo de los japonenses, si nos preguntan qué tal estamos, podemos decir “Aún no estoy bien”. La clave está en el “aún”.