¿Qué carajo hay que hacer para pertenecer a algún sitio? Sinceramente, lo desconozco. Doy por sentado que, aunque viva el resto de mi vida en España, como ciudadana española, continuarán preguntándome por "mi país" haciendo referencia a Cuba. A veces pregunto de vuelta: ¿Cuál de ellos? ¿Qué? ¿Acaso no se puede tener dos patrias?
A diario escuchamos o participamos de costumbres, afirmaciones, chistes o preguntas que sin querer o queriendo son racistas. Preguntas como: ¿de dónde eres? varían totalmente su significado según el contexto y la intensión del hablante. Ese lenguaje invisible que emerge de cada frase hace que preguntas como esta puedan sentirse totalmente inocentes o evidentemente racistas y excluyentes. Cuando lleva la mala vibra, se siente como si colocaran una barrera frente a ti que no puedes cruzar por el hecho inmutable de haber nacido en otra tierra.
Y ¿qué me pueden decir de esa costumbre de ponerle nacionalidad a las cosas que no se quieren reconocer como propias? Como la tortilla "francesa", trabajar en "negro", arroz a la "cubana". Se me ocurre que esta curiosidad puede estar de cierta forma relacionado con ese infeliz hábito de nombrar genéricamente a algunos negocios por la nacionalidad de origen del dueño. Fenómeno sobre todo apreciable en cuanto a bazares, restaurantes, salones de uñas, fruterías y otros comercios. Al principio, me resultaba raro, pero después me fui adaptando por el famoso refrán "donde fueres, haz lo que vieres". En poco tiempo, también comencé a denominar "el chino" al bazar donde podía encontrar hasta un huevo de dinosaurio por un módico precio.
Precisamente, en respuesta a este infeliz hábito han creado la iniciativa #tengonombre. Es una campaña promovida por Laia Sánchez y Àlex Porras. Son dos estudiantes de Brother Barcelona una escuela de creativos que busca que sus alumnos o "brothers" se muevan por sus inquietudes. Buscan que seamos conscientes de estos microrracismos del anonimato en las generalizaciones. Con fotos de su hermosa iniciativa ilustro estas palabras.
Esta campaña visibiliza la connotación racista en estas generalizaciones. Yo comencé a ser consciente de ello desde que conocí a Norte. Norte es una madre y mujer emprendedora. Nació en China en un pueblo cerca de la playa, de cuyo nombre no consigo acordarme. Vive desde hace más de 15 años en Salamanca y tiene un salón de uñas por el que me dejo caer de vez en cuando. Me gusta hablar con ella, preguntarle alguna cosa, contarle curiosidades españolas o cubanas. Ella me contesta cuando quiere o puede: el castellano se le hace bola. Cuando no quiere hablar, reproduce desde su teléfono música de su tierra natal. Entonces sonrío y me dejo transportar por esas notas milenarias.
Me gusta insistir en llamarla por su nombre: Norte. Sobre todo, porque otras clientas entran o llaman y solo dicen buenos días, ¿tienes hueco para...? Eso sí, el anonimato va en ambos sentidos, ella tampoco nos identifica nominalmente. En su apretada agenda va cubriendo los huecos de las citas con los números de teléfono de las solicitantes. Sencillo y efectivo.
La despersonalización invisibiliza y nos aleja. Todos tenemos derecho a que se nos reconozca por nuestro nombre o como cada uno prefiera, sin que el color de la piel, ni la religión, ni el sexo, ni la tierra que nos vio nacer deban interferir negativamente en este reconocimiento esencial de nuestra identidad. Yo, por ejemplo, nací cubana y tengo nombre alemán. Aunque en mi caso particular, la gente no se aclara. Sin ir más lejos, el otro día cuando le dije a una señora que era de Cuba. Me preguntó sorprendida: -¿Tú de Cuba, con ese color?; - Sí, señora, hay cubanos de todos los colores- contesté.
Imagen: Collage hecho con fotos de la campaña: https://www.instagram.com/tengonombre_/