"La economía española va como una moto". Son palabras del presidente del Gobierno, el mismo que ha disparado sin inmutarse la deuda pública del país por encima del 120 por ciento del Producto Interior Bruto. La ministra del ramo, Nadia Calviño, asiente y asegura que somos "la envidia de Europa". No sé si es una gran idea esta ausencia de humildad como bandera electoral, después de los resultados del 28-M.
Ante el sonoro fracaso del grito "que viene la ultra derecha" de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, los siempre acertados (??) cocineros de campañas electorales de Moncloa han decidido que ante el 23-J hay que hablar de economía porque es la mejor manera de pillar al becario Feijóo. Y como suele ocurrir en estos casos, todos los ministros socialistas han salido en tromba hablando de lo bien que marcha la economía española. Y también de los nubarrones que acechan si el PP gana las elecciones, tal y como vaticinan los sondeos electorales.
La economía va por barrios, mejor dicho por viviendas, pisos, cuchitriles, zulos o chalets. Hay familias y personas que lo llevan bien y otras mal, las hay que no ponen la calefacción en invierno y las hay que viajan a Bali en verano, después de esquiar en Suiza en la temporada de nieve. Unos tanto y otros tan poco. Lo de toda la vida. Sin embargo, hay una clase media que es la que determina si realmente la economía está mejor o peor. Si los sueldos y los precios mantienen cierta sintonía o si, por el contrario, viven de lujo los de casi siempre.
Quienes llevamos décadas en el mundo laboral sabemos cómo eran las cosas del trabajo hace unos años y cómo están ahora, hemos visto la evolución del mundo de la empresa o de la función pública, según el caso. Los más jóvenes pueden opinar más que nadie sobre precariedad, salarios mediocres, alquileres elevados o hipotecas imposibles. Es la economía real, la que no se deja distorsionar por las cifras macro económicas.
El presidente Sánchez urge ahora debates electorales. Hasta seis ha pedido, cuando hace cuatro años decía con sorna que se notaba el nerviosismo de Pablo Casado por reclamar esos mismos debates electorales. Cómo cambia la vida, qué mala leche tiene el karma. A Rajoy no le interesaban nada los debates con Pedro Sánchez y a éste tampoco hasta el pasado 28 de mayo. Ambos tuvieron que cumplir forzados por la ley electoral. Resulta enternecedor.
Iba siendo hora de que en las campañas electorales se debata de cuestiones reales, de las de verdadero interés para el ciudadano y la economía es una de ellas. Oir hablar de Franco, sobre todo, cada vez que se acercan las urnas resulta un tanto cansino, nada práctico para los miles de jóvenes que cada año se marchan de España en busca de un mejor porvenir laboral porque aquí siguen abundando los contratos basura y los sueldos de miseria.
Así que estaremos atentos al debate electoral que parece será realidad porque Feijóo ha dicho públicamente que acepta, al menos, uno entre los dos gallos del corral político del momento. Apuesto algo a que se centra en la economía (me consta que seguro también se hablará de corrupcción, de la ultra derecha -porque, claro, la ultra izquierda no existe- y hasta del dictador).
Durante los últimos años, Pedro Sánchez -que llegó a pisar el programa El Hormiguero cuando estaba en la oposicion- sólo ha concedido entrevistas a los cuatro medios de comunicación amigos, además de a algunos medios internacionales. Las comparecencias ante la prensa sin preguntas se han multiplicado como jamás había ocurrido en España (Rajoy puso de moda los plasmas). La situación ha cambiado tanto en este 2023 que el presidente implora un hueco en los principales espacios mediáticos nacionales. Quién te ha visto y quién te ve.
Seguimos en campaña después de tantos meses...