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Feliz con poco

Por Félix Martín Santos

Ermita de San Pelayo: Joya olvidada del valle medio del Arlanza


Todo ello si uno se acerca ataviado con buenas dosis de sensibilidad y con ferviente deseo por descubrir estas maravillas. A veces tenemos cerca aquello que nos puede hacer felices, pero somos incapaces de hallarlo.

 

APROXIMACIÓN HASTA EL VALLE MEDIO DEL ARLANZA

 

Si partimos de Burgos, capital, es preciso salir por la Autovía del Norte ó A-1 (la antigua nacional de Madrid). Tras nueve kilómetros de recorrido habrá que abandonarla para coger, a la derecha, la Nacional 234 (Burgos-Sagunto). Dejamos Sarracín y nos dirigiremos hasta Hortigüela, a unos 42 kilómetros de la capital burgalesa. Tras pasar Olmosalbos (a 12 km del punto de origen), Hontoria de la Cantera (a 19 km) y Cuevas de San Clemente (a 27 km de Burgos) llegaremos al alto de Mazariegos (1.060 m), como a unos 32 kilómetros de la capital cidiana, donde me agrada contemplar, a la derecha, sin subir de 90 km/hora, la sierra de las Mamblas con sus cumbres más emblemáticas: la Muela (1.374 m.) y el Castillejo (1.347 m.).

 

A nuestra izquierda contemplaremos Peña Lara, que alberga restos de un castro celta y el famoso Picón de Lara, restos del castillo donde nació en el año 910  Fernán González, gran forjador de la Castilla medieval. Si avanzamos unos cinco kilómetros más llegaremos hasta Mambrillas de Lara, observando, a la diestra, en una especie de concavidad de estas montañas, su singular dehesa, que atesora uno de los bosques de quejigos (Quercus fagínea) más extensos y mejor conservados del planeta (sólo aparecen en la Península Ibérica y en el norte de África).

 

Además, se encuentran otros singulares árboles, como los mostajos (Sorbus aria) y arces (Hacer campestre), así como hayas (Fagus sylvática), melojos (Quercus pirenaica), avellanos (Corylus avellana), etcétera. Con el tiempo, es muy posible que la descripción de la flora y fauna de esta dehesa sea motivo de una entrada o artículo de este blog.  A la izquierda de Mambrillas, se divisan en lontananza, al norte, las montañas de la sierra de la Demanda, con la nítida imagen del pico Mencilla (1.932 m.).

 

Pronto, como a 5 km. de Mambrillas y a unos 42 kilómetros de la capital de provincia, abandonaremos esta carretera nacional, para entrar en Hortigüela. En este momento, debemos acceder a la carretera local BU-905, a fin de penetrar en el valle medio del río Arlanza. He de reconocer que el tramo de 13 kilómetros, entre Hortigüela y Covarrubias, me resulta profundamente entrañable y familiar, casi comparable a algunos parajes de la Sierra de las Quilamas de Salamanca.

 

ENTRADA AL VALLE 

 

Nada más entrar en este emblemático valle, vemos a nuestra izquierda el monte Gayubar, que nos acompañará, con sorprendentes vistas de sus cortados rocosos, durante unos cuatro kilómetros, con el río Arlanza a sus pies.

 

Tras progresar dos kilómetros hallamos, a la derecha, la zona recreativa del Torcón, que dispone de barbacoa, fuente y varios merenderos a la sombra de buenos ejemplares de sabina albar (Juniperus thurifera). ¡Ojo! Esta reliquia del terciario encuentra en este valle y aledaños su hábitat ideal, pues hay muchos ejemplares de un porte y longevidad excepcional, algunos de 1.000 años de antigüedad. Tanto es así que los sabinares del Arlanza están considerados entre los más vastos y mejor conservados del mundo. Aunque lo parece, no es chovinismo castellano.

 

Tras un kilómetro más nos topamos, a la izquierda, con el molino de Lere, y, unos metros más a la derecha, con el acceso al risco Estillín, paraje rocoso en el que durante años crió una pareja de la rara águila perdicera (Aquila fasciata). Si avanzamos un kilómetro más encontraremos, a la derecha, una ladera con numerosas sabinas quemadas en el curso de un incendio provocado hace unos años, justo en el mismo paraje donde, en 1966, Sergio Leone rodó escenas de la obra cumbre del denominado western spaghetti: El Bueno, el Feo y el Malo.

 

Si progresamos unos 300 metros más, encontraremos, a la izquierda, un viejo chopo, junto al Arlanza, en el que anidó durante unos cinco años seguidos una pareja de águila calzada (Hieraaetus pennatus). Mientras corría por esta carretera tuve el placer de disfrutar de la contemplación del águila incubando y, luego, dando de comer a su prole. Mis entrañables amigos, José Ángel y Alfonso, también fueron testigos del  mimo exhibido por la pareja de águilas en la crianza de sus polluelos. Lamenté mucho la desaparición del gran nido en lo alto del chopo. Al menos ahí, no volví a ver ese espectáculo de la naturaleza.

 

Ermita de San Pelayo o San Pedro el Viejo

 

Durante el kilómetro que queda hasta el monasterio de San Pedro de Arlanza, se divisan en su plenitud las ruinas de la ermita de San Pelayo, casi aéreas, en un promontorio rocoso, junto a un meandro del Arlanza. ¡Dios! ¡Me encanta esta panorámica! Estamos a cinco kilómetros de Hortigüela y a ocho de Covarrubias.

 

Enfrente de las ruinas de San Pedro de Arlanza, a la derecha de la carretera, hay una explanada donde la gente suele dejar los coches. Estamos a 925 metros de altura. Si desviamos nuestra vista al norte, a la derecha, veremos una restaurada cabaña de ovejas, que tuvo el honor, en 1966, de servir de pequeño hospital de campaña en alguna escena de la película de Sergio Leone. A través de un ventanuco, Clint Eastwood contemplaba tanto las ruinas de San Pedro de Arlanza como las de San Pelayo,  mientras se curaba de sus heridas.

 

Si ascendemos por la carretera en dirección a Covarrubias, enseguida vemos y hallamos una pronunciada curva, desde la que hay 330 metros hasta el acceso a la ermita de San Pelayo. Tras un pequeño repecho vemos la entrada al sendero, que, tras un breve ascenso de 200 metros, nos permitirá llegar hasta la ermita.

 

En este corto trayecto, entre encinas (Quercus ilex) podemos ver, durante los meses de julio y agosto, algunos ejemplares de árnica en el margen derecho del sendero. Es un tanto excepcional la presencia de árnica en este lugar y en otros del valle del Arlanza, pues estas especies de plantas huyen de los terrenos calcáreos. Es clásico el empleo popular de emplastes de hojas de árnica mezclados con aceite de oliva, para tratar heridas, hematomas y magulladuras, dadas sus propiedades analgésicas y antiinflamatorias.

 

Según acabamos la cuesta, empezamos a ver la fachada occidental de la ermita de San Pelayo, a 979 metros de altitud. Creo que ahora es el momento de mencionar que el verdadero y antiguo nombre de esta ermita es el de San Pedro el Viejo, pues el más primitivo monasterio de San Pedro de Arlanza estuvo en esta cumbre rocosa; posteriormente, en el siglo XI se construyó el de abajo.

 

En este momento es bueno recordar que el agustino Enrique Flórez así denominaba a esta ermita cuando la visitó a finales del siglo XVIII, con el propósito de elaborar su gran obra: la España Sagrada. En el tomo XXVII aparece todo lo referente a estos dos monasterios. La primera edición se publicó en 1.771, dos años antes de la muerte del autor.

 

A partir de ahora voy a referirme a la fundación de la ermita de San Pedro el Viejo y, luego, a describir las características artísticas de lo que aún se mantiene en pie.

 

FUNDACIÓN DE LA ERMITA DE SAN PEDRO EL VIEJO O DE SAN PELAYO

 

Parece ser que la primitiva ermita pudo fundarse en el año 912, pues éste es el año en que están fechados dos documentos conservados en el cartulario del Monasterio. Uno, el otorgado por Fernán González y su esposa Sancha y otro, el del conde Gonzalo Téllez, su mujer Flámula y la madre y hermano de Fernán González, Muniadona y Ramiro Fernández, respectivamente. Ambos documentos presentan muchas dudas sobre su autenticidad. Hay autores de prestigio como Manuel Zabalza Duque, quien tras revisar profundamente las dos escrituras de fundación concluye que son apócrifas.

 

Desde luego, la referente a Fernán González no tiene sentido histórico, pues en esa época ni era conde ni estaba casado con doña Sancha. Se sabe que murió en el año 970; su nacimiento es más dudoso, pero muchos autores lo fijan en el año 910. En consecuencia, el anacronismo es evidente. En cuanto a la posible fundación por Gonzalo Téllez, quizá pueda ser más verosímil, dado que por entonces él era el que gobernaba estos territorios con el título de conde.

 

Los que parecen estar seguros de este último origen son los entusiastas y activos miembros de la Asociación para el Desarrollo de la Tierra de Lara, como constataron el 12 de enero de 2012, a propósito de la celebración de los 1.100 años de la fundación del monasterio. Ese día se leyó el documento fundacional de Gonzalo Téllez en la misma ermita de San Pedro el Viejo, más conocida por el nombre de San Pelayo. El apoyo científico a su tesis se lo ofreció Julio Escalona, profesor miembro del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que impartió previamente una conferencia sobre la citada fundación. Además, ese mismo año 2012 se firmó el documento para digitalizar los documentos procedentes del Monasterio de San Pedro de Arlanza, conservados en el Archivo de los Duques de Alba, relativos al antiguo priorato de San Leonardo, escritos en letra carolina y gótica. Fue el 13 de febrero de 2012 cuando se llevó a cabo la rúbrica del convenio de colaboración entre la Agencia Estatal del CSIC, la Fundación Casa de Alba, la Universidad Carlos III de Madrid y el Ayuntamiento de la localidad soriana de San Leonardo de Yagüe.

 

POEMA DE FERNÁN GONZÁLEZ Y LEYENDA DE PELAYO

 

El poema de Fernán González se escribió en el siglo XIII probablemente, según Menéndez Pidal y Carroll Marden, hacia mediados de la centuria y por un monje de San Pedro de Arlanza. Su objetivo era ensalzar las virtudes y hazañas del héroe castellano. Popularmente  se le ha atribuido el papel de conde fundador de Castilla. Aunque es cierto que dependió del rey de León, sí consiguió que, en lo sucesivo, el condado fuera hereditario entre personas de su linaje.

 

En lo tocante a esta ermita y a la cueva subyacente es muy jugoso lo descrito entre las estrofas 236 y 250

 

Básicamente, refieren que mientras el conde estaba intentando cazar un jabalí, se alejó de su mesnada para adentrarse en este enclave boscoso. El suido en vez de refugiarse en su cueva, se introdujo en la ermita, situándose tras el altar. Cuando el conde vio tan sagrado lugar se olvidó del animal y pidió a la Virgen María que le diera fuerza y valor para vencer a los paganos en inminente batalla. Poco después entró Pelayo, el cual invitó a Fernán González a comer pan de cebada, pues no tenía de trigo. Durante su estancia el buen monje auguró un gran porvenir al conde, asegurándole que triunfaría sobre las huestes de Almanzor. Aprovechando los buenos designios, Pelayo le pidió que se acordara de su dañado convento, donde vivía con dos monjes más, Arsenio y Silvano. El agradecido conde le prometió, en caso de ganar la batalla, que construiría otra iglesia de más fuertes cimientos, donde vivirían más de cien monjes, una quinta parte de su botín y que esta nueva construcción fuera su lugar de enterramiento.

 

Son evidentes los anacronismos de esta leyenda, surgida del poema fernandino. Así, por ejemplo, sabemos que este gran conde no coincidió históricamente con Almanzor; el pobre de su hijo, Garci Fernández, sí tuvo que sufrir la ira del temible caudillo musulmán. No obstante, el autor pretendió realzar la importancia histórica tanto del conde como del monasterio arlantino.

 

Ábside prerrománico

 

DESCRIPCIÓN DE LAS RUINAS ACTUALES

 

Lo primero que vemos es la fachada occidental, con una ventana geminada, sobre la cual surge una especie de espadaña.

 

Si nos acercamos por la cara meridional, la orientada al Arlanza, veremos una pequeña portada románica, con arco de medio punto simple, (con chambrana de nacela), que apoya en jambas rematadas en las correspondientes impostas. Es cruel ver la pérdida de gran parte de la jamba izquierda.

 

Tras adentrarnos en la ermita vemos que está constituida por una sola nave rectangular (14 x 7,5 m), de planta de salón. Siempre me ha llamado la atención los buenos sillares de las dos paredes o muros, la meridional y la septentrional. En muchos se ven intactas las marcas de los canteros que los fabricaron. Más penoso es ver la falta de techumbre así como el suelo prácticamente desprovisto de enlosado, pleno de maleza, con restos de losas, algún sillar caído y unas cuantas tejas agrupadas en el interior del muro occidental. 

 

En la cabecera, orientada al este, tenemos los elementos más primitivos y de mayor valor de la iglesia, los auténticamente prerrománicos. De entrada vemos un testero con dos pequeños vanos asaeteados, orillados en la parte superior, enmarcando una puerta alta con arco de medio punto. Tras ella, tenemos el ábside de aspecto cuadrado, cuyos muros poseen sillares muy grandes, bien labrados. Es lamentable comprobar la ausencia de porciones de los muros septentrional y meridional de este ábside.

 

Se conserva una bóveda apoyada sobre pechinas, que son las que permiten pasar del cuadrado inferior al círculo de la cúpula. Durante una de mis visitas, la del 24 de agosto de 2014, me sorprendió ver que ya no había un vano en la cúpula, pues el sillar que faltaba desde hacía años había sido sustituido por la correspondiente piedra de sillería

 

Mientras estaba visitando la ermita, percibí gente que se aproximaba. Una dama, que llevaba la voz cantante, parecía entendida, pues decía a sus acompañantes, dos mujeres y un varón, que había una cúpula mozárabe. Al entrar, tras los saludos de rigor, me confirmó que el vano había sido reparado por el actual dueño de la ermita. Es una lástima que el buen señor no fuera asesorado técnicamente, a la luz de los restos de cemento visibles en torno a la cúpula y pechinas. ¡Demontre! ¡Este emblema de Castilla no pertenece a ningún organismo público!

 

 

La parte externa del ábside es rectangular, dejando ver en el centro una ventana, rematada en arco de medio punto, labrada en dos grandes sillares.

 

Envolviendo al ábside hay una construcción muy posterior, con una superficie de unos 50 metros cuadrados. También carece de techumbre, el suelo también está dominado por la maleza y por grandes piedras caídas. Las paredes tienen vigas de sabina (dispuestas en paralelo y diagonalmente) sobre el cascote de mampostería.

 

En el muro meridional se encuentra la puerta de acceso a esta dependencia. En el septentrional se ven dos ventanas, una pequeña, abocinada; otra, más grande, a la derecha de la primera, enmarcada con buenos sillares. Tras ella tenemos una espléndida vista de las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza. Según mi criterio, es un verdadero lujo efectuar fotos del monasterio a través de esta ventana enmarcada.

 

                           Vista de San Pedro de Arlanza desde San Pelayo

 

Los expertos investigadores del Centro de Estudios del Románico de la Fundación Santa María la Real, aseveran -en el volumen cuarto de Burgos de su Enciclopedia del Románico en Castilla y León- que esta ermita ha atravesado cuatro etapas constructivas: prerrománica, románica, gótica y barroca.

 

La más relevante y de mayor calidad artística es la prerrománica, que corresponde al ábside, cuyas formas y conceptos de cubrición son semejantes a otros templos de la misma época, como los de los ábsides de San Vicente del Valle, San Félix de Oca y Santa Cecilia. Parece que todos ellos fueron construidos en las últimas décadas del siglo IX.

 

La parte románica se circunscribe a los muros de la nave y a la portada meridional. La ventana geminada de la fachada occidental la catalogan como gótica. La vivienda posterior, que envuelve y rodea la cabecera la describen como de construcción popular, muy posterior.

 

VISITA A LA CUEVA

 

Si volvemos al exterior de su fachada occidental y seguimos unos 20 metros en el mismo sentido (oeste), cogeremos, a nuestra izquierda, una pequeña y semioculta senda. Hay que descender por ella con mucha precaución, por piso irregular y fuerte pendiente. Tras recorrer unos 200 metros llegamos a las cuevas.

 

Unos metros antes, nos sorprenderá la presencia de dos robustas encinas que dejan visibles sus raíces, como meras serpientes, entre las grietas de las peñas. Las citadas cuevas están en la porción meridional del gran promontorio rocoso que alberga la ermita. A la izquierda se aprecia la entrada enrejada de una gran cueva, donde se han encontrado restos del paleolítico. También es probable que sirviera de cobijo a ermitaños. La otra, a unos 6 metros a la derecha de la primera, desemboca en la cara sureste del peñasco. Si andamos con tiento podremos efectuar unas buenas fotos del río, del sotobosque y de las montañas aledañas.

 

REFERENCIAS A ESTOS HITOS MONÁSTICOS DE ENRIQUE FLOREZ (SIGLO XVIII)

 

Hace casi 250 años, Enrique Flórez describió en su gran obra, España Sagrada (páginas 41 y 42 del tomo XVII) las impresiones que obtuvo mientras visitaba esta ermita, como sigue: “En una de las montañas que tiene el monasterio a la vista, hay una ermita que corona la cuesta, bien encumbrada, y como dice Sandoval (en la pág. 308 de los Cinco Obispos) pone miedo mirar abajo, y así lo experimenté yo por mí mismo, pues necesité poner al lado quien me impidiese el desvanecimiento de la vista al entrar dentro de ella. Llámase San Pedro el Viejo. Debajo de esta ermita hay una gran cueva de larga concavidad, a la cual se baja por una boca a modo de silo desde dentro de la ermita, y en la misma cuesta hay otra puerta o ventana exterior hacia el río, pero de entrada muy difícil y peligrosa en el tiempo presente”.

 

A mí siempre me ha intrigado la referencia al silo del piso de la ermita, que permitía comunicar con la cueva subyacente. Actualmente, no hay ningún vestigio de tal acceso. Quizá sea debido al fuerte deterioro experimentado por la dejadez y abandono del lugar.  Si el buen agustino lo refirió en su gran libro, será porque realmente existió. Eso quiero creer yo.

 

En cuanto a la dificultad para acceder a la ermita, aún sigue siendo patente. Casi no hay espacio para entrar por la portada principal, la meridional, románica. Si te descuidas un poco, puedes tropezar y caer entre rocas. Por otra parte, Enrique Flórez ya era un hombre de avanzada edad, en torno a los setenta años.

 

Supongo que “la puerta exterior al río, pero de entrada muy difícil y peligrosa” corresponde con el descenso actual, sinuoso durante los 200 metros de recorrido. La cueva de la derecha es una especie de corredor horadado en la piedra, que desemboca directamente al exterior, pero no al nivel del río, sino a un auténtico precipicio. Unas decenas de metros más abajo fluye el cauce del Arlanza.

 

BUENA PANORÁMICA

 

Si volvemos a subir a la ermita es aconsejable situarse detrás de la fachada oriental, la de la dependencia que rodea a la cabecera primitiva, dar unos pasos en dirección sureste y gozar de la excepcional panorámica.

 

De frente, tenemos, muy abajo, al río Arlanza en pleno meandro, lamiendo este promontorio, más arriba, la ladera cubierta de encinas y sabinas. Más en lontananza, las montañas de Retuerta, cubiertas por un enorme sabinar. Si giramos la vista hacia la derecha, al suroeste, veremos como el río erosiona su margen derecha, dejando los sedimentos en la izquierda.

 

El soto o bosque en galería está constituido por chopos (Género populus), sauces (Salix alba) y un gran predominio de alisos (Alnus glutinosa). Estos últimos florecen en enero, antes de aparecer las hojas, mostrándose con sus amentos masculinos, de 5 a 10 cm, de coloración rojiza y sus pequeños amentos femeninos (2 cm) de color marrón oscuro.

 

Estas características hacen muy hermoso este valle, incluso en pleno invierno, de suerte que durante el mes de enero podemos gozar con, al menos, dos hechos: uno, contemplando toda la ribera del Arlanza de llamativos rojos y marrones; otro, la visión de las parejas de buitre leonado (Gyps Fulvus) en pleno vuelo nupcial. ¡Majestuoso! Estas grandes aves, con más de 2,5 metros de envergadura y de 6 a 9 kilos de peso, durante su cortejo, previo a la cópula, planean armónicamente, tan perfectamente dispuestas, superpuestas y conjuntadas, que parecen fusionadas en un solo ejemplar. Personalmente, su contemplación me permite abstraerme y relajarme de forma muy efectiva. Mucho más, si, además, los observo mientras corro por el valle.

 

PANORÁMICA DESDE SAN PEDRO EL VIEJO

 

Si miramos al este, a nuestra izquierda, veremos el tramo del río donde los monjes tuvieron su pesquera y su molino. Más al fondo, veremos el cortado rocoso del monte Gayubar, al que los autóctonos del lugar denominan Guijarrón. En sus paredes crían bastantes parejas de buitre leonado, una de alimoche (Neophron percnopterus), algunas de halcón peregrino (Falco peregrinus) y de búho real (Bubo bubo)… A mi espalda, al norte, veremos las ruinas del Monasterio de San Pedro de Arlanza, con su claustro herreriano, su pinsapo en el centro del claustro pequeño, la torre románica del siglo XII, restos de la cabecera de la iglesia donde se conservan unos capiteles del siglo XI, un tanto primitivos, el refectorio y demás elementos estructurales.

 

En fin, recorrer y contemplar estos parajes me resulta muy placentero y saludable, tanto como para organizar, con cierta frecuencia, pequeñas excursiones con amigos, compañeros y familiares, a fin de que descubran sus sobresalientes valores y, quizá, con un poco de suerte,  puedan alcanzar momentáneamente altas cotas de felicidad, esto es, de plenitud del ser o eudaimonia, como diría el gran Aristóteles. Sí, porque hasta es posible que salgan fortalecidos para ser más virtuosos. Ruego a toda la gente que los visite que muestre profundo respeto por conservar y salvaguardar su excepcional patrimonio. Estamos en el valle del río Arlanza, el río del romancero castellano, cuna cultural de Castilla.

 

Dr. Félix Martín Santos