El clima político que se vive en los últimos tiempos no deja lugar a dudas, se ha perdido la cordura. El patio de colegio en el que se ha convertido el Congreso de los Diputados no solo es vergonzoso, sino que refleja a la sociedad actual. Las conversaciones barriobajeras, la cobardía de ocultar lo que alguien dice bajo un "me gusta la fruta" o, sencillamente, alimentar los egos por ver quién es más corrupto. Una conversación infantil con escasez de vocabulario que sucede cada día mientras muchos aplauden.
El lucro durante la pandemia parece ser la nueva fuente de comentarios ridículos. Si bien es cierto, es repugnante que se hayan aprovechado del sudor de los sanitarios para hacer negocios, aprovechando una posición de dirección política. Pero como nada es casual, lejos de dimitir los dos actores políticos implicados, sacan pecho. Y sí, son dos porque afecta a ambos lados. No se puede decir que sea ilegal tan fácilmente, porque las comisiones de los intermediarios son un negocio clásico, pero es totalmente inmoral. El problema está en el ciudadano que no es capaz de pedir "a los suyos" que cumplan con el deber del honor.
Para acercarnos un poco más a la realidad, podríamos extraer datos y analizarlos durante horas, así que me centraré en lo más básico. En plena crisis se amortizaron puestos de trabajo, se redujeron las plazas de especialistas médicos y se inició un empeoramiento sustancial de la sanidad pública. Casualmente, muchos callaron, entre ellos muchos sindicatos. Por ejemplo, la Confederación Estatal Sindical Médica (CESM), a quien se le reconoce fácilmente su apoyo al Partido Popular, eludió pronunciarse en aquel entonces. Por el contrario, UGT y CCOO dejaban rastro en cada esquina de las ciudades.
Pero años después, con moción de censura de por medio, se invirtieron las tornas. Y sí, es cierto que mejoró notablemente el número de sanitarios y las condiciones laborales, pero no se había recuperado aún la situación precrisis. Si los sindicatos eran capaces de hacer este tipo de distinciones, el español medio, fanatizado, va a ser peor. Se sigue escuchando en los pasillos del hospital frases como "estamos peor que nunca". Sin embargo, también se oye "estamos mejor que nunca".
Y no, no es cierto. Ni peor, ni mejor. Estamos en un intermedio. Ni es tan fácil acceder a tu plaza, ni tampoco es altamente complejo tener trabajo. También depende de la autonomía donde estemos. Mismamente, las protestas en cada lugar reflejan los aires de los sindicatos. Mientras que donde gobierna el PP algunos no se dejan ver, donde está el PSOE están escondidos los otros. Para el ciudadano y los trabajadores de la sanidad es realmente importante tener una información sin maquillaje. Ahí interviene la prensa.
Por desgracia, la televisión tiene más manipulación de la que parece. Casualmente y sin que sea novedad, lo que aparenta más seriedad es lo menos objetivo. En compensación, si dice lo que uno quiere oír, entonces se le otorga más credibilidad que a la Biblia. El mayor ejemplo es el telediario de Vicente Vallés, lleno de opinión y sin noticias. Quienes confían en él cuales feligreses, son los mismos que lo condenaban hace años. Y es que el dinero mueve montañas en las redacciones, ya lo vimos con Antonio Ferreras y Villarejo.
Lo más triste es que haya sanitarios defendiendo al político de turno o, incluso, atacando según qué partido sea el gestor. Así pues, mientras nos parece bien que alguien actúe de una forma, protestamos si es el partido opuesto. Esto no es algo nuevo, pero se ha acentuado tras la crisis internacional de 2008. Los mismos que se quejaron del inicio de los recortes del gobierno de Zapatero, callaron cuando Rajoy los hizo más duros. También al contrario. ¿Cómo entonces van a ser realistas al hablar del reparto de comisiones de Koldo y Tomás?
Si alguien es incapaz de condenar la inmoralidad del político, entonces hará lo mismo en el trabajo, en la atención de los pacientes y en cada movimiento que pueda ver un posible beneficio particular. Así solamente se genera un sistema mediocre a nivel asistencial que tendrá sus consecuencias hasta que llegue su extinción. Buscar la excelencia debería ser una obligación, no un amor platónico.