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A la madera

Por César R. Cabrillo

Una permanencia gestada en la fe de un equipo


Hace cosa de un año el Real Valladolid se jugaba el todo por el todo en Vallecas, en un partido a tumba abierta, los pucelanos debían ganar para certificar una merecida permanencia en Primera División si no querían jugárselo todo en la última jornada ante un Valencia que previsiblemente iría a Zorrilla a luchar por una plaza en Champions League. Había costado tanto ascender que perder la categoría el mismo año habría sido un mazazo para la afición blanquivioleta.

 

Por aquellos entonces, en lo que el coronavirus aún no había irrumpido en nuestras vidas, cientos de pucelanos se juntaron en torno a pantallas para seguir el devenir de un partido vital. Algunos bares lo prepararon todo para acoger una gran cantidad de público porque un partido de tal importancia en ocasiones se hace más llevadero si estás rodeado de personas que lo viven con la misma intensidad que tú.

 

Según se acercaba la hora del comienzo del partido, el nerviosismo del aficionado era más que palpable, alguno ya no tenía uñas incluso antes del pitido inicial. Un ojo estaba puesto en Vallecas y el otro en Montilivi, porque a pesar de que si el Pucela ganaba estaba ganado, saber qué ocurría en Girona también podía ser síntoma de tranquilidad sin los de Sergio no hacían los deberes.

 

A los seis minutos de partidos Enes Ünal daba una alegría anotando un penalti, pero lejos de dar tranquilidad, solo hizo que poner más nerviosa a la afición que sabía que con el Real Valladolid por delante y a falta de tantos minutos por disputar si iba a acular atrás y el equipo, sin duda, iba a sufrir ante un Rayo Vallecano que se jugaba su honor a pesar de estar ya descendido.

 

A partir de ese instante lo que parecía la primavera de 'Las Cuatro Estaciones' de Vivaldi, se tornó en la Cabalgata de las Valquirias de Wagner. El Real Valladolid no sabía por dónde le venía el ataque del Rayo Vallecano y achicaba agua como bien podía, aunque era una labor habitual en los de Sergio que sabían sufrir. Al final, por propia inercia el conjunto de Vallecas conseguía la igualada y se comenzaba notar la presión del momento: algunos no se atrevían a mirar la pantalla otros no podían quedarse quietos en su sitio...nervios a flor de piel.

 

De golpe y plumazo Sergi Guardiola se encargó de quitar todo nervio con un gol que valía una permanencia, un balón de oxígeno y recompensa para un equipo que se ganó la permanencia a base de fe. Uno de los equipos con menor presupuestos de la categoría, que había ascendido gracias a un milagro casi y que terminó obrando otro  brindando a la afición el regalo de seguir en Primera División.

 

Un año más tarde la situación es bien diferente, el coronavirus ha paralizado la sociedad, llevamos  más de dos meses sin ver fútbol y ahora que parece que va volver los aficionados no podremos ir al estadio a animar y festejar los goles. A estas alturas de temporada, restarían tres jornadas y justamente este miércoles, día de San Pedro Regalado en Valladolid, el Pucela recibiría en el Estadio José Zorrilla al FC Barcelona, que quien sabe si estaría aún disputándose la liga con el Real Madrid o qué. Lo único claro es que el tiempo pasa muy rápido y que de un año para otro en cosa de unos minutos todo puede ser muy diferente.